No te equivoques, Jesús mismo se vio como Dios. Y nos deja dos opciones. Aceptarlo como Dios o rechazarlo como un megalomaníaco. No hay una tercera opción.
Ah, pero nosotros tratamos de crear una. Suponte que yo hiciera lo mismo. Suponte que tú me encuentras sentado a la vera del camino. Puedo ir al norte o al sur. Tú me preguntas en qué dirección voy. ¿Cuál es mi respuesta?
-Voy al surte.
Pensando que no oíste correctamente, me pides que repita la respuesta.
-Voy al surte. No puedo escoger entre el sur y el norte, por lo tanto voy en ambas direcciones. Me dirijo al surte.
-No puedes hacer eso- contestarías tú-. Tendrás que escoger.
-Está bien –admito-, me dirigiré al norur.
-¡Norur no es una opción! –insistes-. Es norte o sur. Un camino o el otro. A la derecha o a la izquierda. Cuando se trata de este camino, tú debes elegir.
Cuando se trata de Cristo, tienes que hacer lo mismo. Llámalo loco o corónalo como rey. Recházalo como un fraude o declara que es Dios. Aléjate de Él o inclínate ante Él, pero no juegues con Él. No lo llames un gran hombre, No lo enumeres con gente decente. No lo agrupes con Moisés, Elías, Buda, Joseph Smith, Mahoma o Confucio. Él no deja esa alternativa. Él es Dios o impío. Enviado del cielo o nacido del infierno. Toda esperanza o bombo publicitario. Pera nada intermedio.
“Mi Salvador y Mi Vecino”
(Max Lucado)
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